jueves, 27 de noviembre de 2008

Comentario de Limay sobre la "valijita" de libros

La casa octogonal tiene magia. Y no por el hecho de ser octogonal –aunque esa característica le aporta un toque de originalidad para nada despreciable- sino por la magia de sus habitantes: Marcela, su recientemente ampliada familia, los fieles Marto y Tiza, el gato celoso cuyo nombre ahora no recuerdo… y los libros.Decenas de cuentos elegidos con paciencia y sabiduría por su dueña tras incansables recorridos por ferias, exposiciones y librerías, ya fueran grandes y lujosas o pequeñas y empolvadas, de esas en las que verdaderos tesoros esperan ser encontrados entre pilas de libros, telarañas y sueños.Aunque todos esos cuentos son tan valiosos que podrían estar en el cofre de cualquier corsario, Marcela –en las antípodas de dicha figura- ha decidido compartirlos. Y para ello no solo abre su casa –y deja que otros disfruten de su magia- sino que en algunos casos realiza préstamos que ningún otro banco podría financiar.Las beneficiarias de semejante generosidad fuimos, en este caso, Agustina –de seis años- y quien escribe, su orgullosa y al mismo tiempo nostálgica madre, que gracias a esa “valijita” ha debido asumir que su hija ya no la necesita para asomarse a los mágicos mundos de los cuentos. Que la vida, la escuela y la perseverancia –impulsada por una casi innata fascinación por los libros- han hecho de esta pequeña un ser independiente, al menos para esos viajes.Pero la valija también sirvió para comprender que aún no me he quedado sin excusas para leer cuentos. Porque allí está Tomás, quién con un interés y una delicadeza sorprendentes para sus dos años, disfruta de los cuentos como el que más, demostrando que ya ha comenzado a recorrer los mismos senderos que su hermana.Y aún hay más. Y es que llegó un día en que me encontré leyendo el último cuento que –hasta ese momento- ni Tomás ni Agustina me habían pedido. Entonces comprendí que aunque pase el tiempo y ya no queden hijos por sorprender con mis lecturas, siempre quedará –para qué ocultarlo- esa niña que vive en mi y que sigue emocionándose con historias como “La gran mezquita”, reflexionando con “La gran caja” o divirtiéndose con la inefable Olivia.Todos estos detalles hacen que el préstamo de estos tesoros haya sido un verdadero lujo del que Agustina, Tomás y yo seguiremos disfrutando hasta que, en un arranque de conciencia, volvamos a viajar hasta Ostende para hacer entrega de la preciada “valijita”. Volveremos a rascar a Tiza y a Marto, quizás podamos ver al gato que en mi memoria ha perdido el nombre, abrazaremos a Marcela y su familia y disfrutaremos de esa fascinante biblioteca que algún día se abrirá al público, tal como nos adelantó su dueña, y se convertirá en la sala de lectura “Blunquimelfa” que engalanará a las tierras del Fin del Este y deleitará a sus habitantes. Y así, cada vez más personas podrán disfrutar de la “magia de la octogonal”.

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